
La verdadera sabiduría no separa: invita, escucha, pregunta y aprende
La superioridad moral es una trampa muy seductora. Quien cae en ella cree que siempre está del lado correcto de la historia, pero esa actitud, lejos de acercarnos, nos aleja.

He aprendido, a lo largo del camino, que pocas cosas hieren más que encontrarse con alguien que se siente moral o intelectualmente superior. Y no lo digo desde la teoría ni desde la reacción emocional , lo digo porque lo he vivido. He estado en espacios donde alguien entra hablando como si tuviera la verdad absoluta, como si los demás fuéramos meros aprendices de su gran iluminación . Y en esos momentos, algo dentro de mí se retrae, no porque dude de lo que soy, sino porque sé que en ese tipo de trato no hay encuentro posible.
La superioridad moral es una trampa muy seductora. Quien cae en ella cree que siempre está del lado correcto de la historia, que sus decisiones son más limpias, sus ideas más puras y su conducta más elevada. Pero esa actitud, lejos de acercarnos, nos aleja, porque deja de mirar al otro como hermano y empieza a verlo como un problema, como alguien que debe ser corregido, domesticado o despreciado.
La superioridad intelectual, aunque más sutil, puede ser igual de destructiva. No tiene que ver con saber mucho —eso puede ser una bendición—, sino con el modo en que ese saber se usa. Si se convierte en un pedestal para mirar desde arriba, en una barrera para proteger el ego, en un argumento para imponer sin escuchar, entonces ese conocimiento pierde toda luz .
Yo creo en la verdad, claro. Creo en el valor del pensamiento, en el discernimiento ético, en el saber profundo, Pero también creo —y cada vez con más fuerza— en la humildad que reconoce que nadie lo sabe todo, nadie lo hace todo bien, y que todos estamos en proceso.
La verdadera sabiduría no separa: invita, escucha, pregunta, aprende. Y la verdadera integridad no se impone: inspira, conmueve, toca la vida con respeto.
No me interesan los perfectos ni los impecables. Me conmueven los que dudan con honestidad, los que se equivocan con responsabilidad, los que no presumen de su luz, pero la comparten sin juicio. Los que están siempre dispuestos a aprender.
Lo que transforma no es la altivez, sino la verdad dicha con ternura. Y eso solo lo puede hacer quien ha renunciado a sentirse mejor que los demás.